¿Te sientes aptrapado en un ciclo interminable de rumiación y preocupación? ¿Te has preguntado alguna vez si eres víctima de tu propia versión de la Hidra de Lerna?
¿Qué es la Hidra de Lerna? Un mito que proviene de la mitología griega, era una bestia del inframundo que habitaba bajo el agua del lago de Lerna. Se trataba de una bestia mítica con forma de serpiente, multicéfala, que habitaba bajo el agua del Lago de Lerna y tenía la capacidad de regenerar dos cabezas por cada una que le cortaran.
Según el mito, Hércules fue el encargado de enfrentarse a la Hidra y, pese a todas sus cualidades, tuvo grandes dificultades para hacerlo ya que cada vez que conseguía cortarle una cabeza le salían dos más. Al igual que Hércules, tú también puedes enfrentarte a tu propia Hidra de Lerna y salir victorioso.
Aunque puede ser difícil, no es imposible. El primer paso es reconocer que estás atrapado en un círculo autodestructivo de pensamientos negativos y preocupaciones excesivas. Deja de cortar cabezas sin fin y empieza a buscar soluciones prácticas y efectivas. Busca ayuda profesional si es necesario y no rindas ante la idea de que esto es algo con lo que tendrás que vivir para siempre.
Recuerda que tú eres el dueño de tus pensamientos y emociones, no al revés. Con determinación y trabajo duro, puedes superar tu Hidra de Lerna particular y alcanzar una vida más satisfactoria y plena.
Regresando a nuestro ámbito de actuación, algunas de las frases habituales que solemos decir y escuchar cuando nos encontramos ante una situación problemática o un estado emocional desagradable como la ansiedad, inseguridad, depresión y tristeza o frustración, entre otras, son del estilo:
“No puedo parar de preocuparme”
“Estoy siempre preocupado o pensando qué va a pasar, qué va a venir después”
“No puedo controlar mi mente”
“Siempre acabo dándole vueltas a lo que ha pasado”
“Repaso repetidamente lo qué ha querido decir, cómo lo dijo…”
“Me como mucho la cabeza por cualquier cosa”
Pero ¿qué se esconde detrás de estás frases? Hablaremos de dos procesos; la rumiación y la preocupación.
Llamamos rumiación al proceso cognitivo (el acto de pensar) que se enfoca hacia el pasado, algo que ya ha ocurrido. Repetimos mentalmente una y otra vez lo sucedido, una narración que repasamos sin cesar.
Además, nos hacemos preguntas del tipo “por qué”, “qué ha querido decir”, “cómo se ha dirigido a mí, cómo me ha mirado…”. Preguntas que no suelen tener una respuesta clara ni satisfactoria, ya que no tenemos manera objetiva de saberlo realmente.
La rumiación genera bajos estados de ánimo como melancolía, depresión, culpa o vergüenza.
En cambio, la preocupación se enfoca hacia el futuro, lo que está por venir. Por norma general, se enfoca en un futuro temible, anticipando posibles situaciones peligrosas que nos dan miedo. Hablamos con nosotros mismos en términos –y si…-: “¿y si alguien se molesta…?”, “¿Y si sale mal…?”, “¿Y si no me he dado cuenta de…?”.
La preocupación está estrechamente ligada a la ansiedad, el miedo y la inhibición de la conducta.
De forma simbólica, la rumiación y la preocupación funcionan como la Hidra de Lerna, cada vez que corto una cabeza (en nuestro caso una rumiación o preocupación), dos más surgen de nuevo.
En ninguno de los casos encontramos una respuesta eficaz a nuestras preguntas. Tanto la preocupación, que quiere prevenir los males futuros, como la rumiación, que quiere encontrar por qués, generan por cada pregunta que resuelvo varias más.
“Vale, sí, he respondido mal al jefe ¿y si se enfada? ¿y si me echa? ¿y si no puedo pagar la hipoteca?”.
Cuando usamos la preocupación o la rumiación como estrategias de resolución de problemas es fácil caer en largas cadenas de pensamiento, cada vez más complejas y más cargadas de emociones desagradables (angustia, incertidumbre, rabia, impotencia…).
Es como si nuestra mente nos atrapara, está relacionado con la creencia acerca de que –darle vueltas a las cosas- es útil porque nos ayuda a estar preparados, sin embargo, cuando esta estrategia se combina con altos niveles de emoción empezamos, automáticamente, a gestionar nuestro problema de una manera singular:
- Monitorización de la amenaza: nuestra atención se convierte en un rádar, muy sensible, para detectar cualquier estímulo que confirme nuestra preocupación.
“Si lo detecto puedo prevenirlo”, pero realmente lo que sucede es que hacemos de la situación problema el centro de nuestro día a día incrementando el malestar.
- Estrategias de control: como la supresión, la evasión, el pensamiento “positivo”.
“No pienses en un jeep amarillo”, los ejercicios de evitación emocional y del pensamiento generan un efecto rebote, incrementando la frecuencia e intensidad con la que los vivenciamos.
Cuando este patrón persiste en el tiempo es habitual encontrarnos con personas cansadas de “pensar o preocuparse tanto”, con miedo a perder el control de su mente, “al borde de un ataque de nervios”, con ataques de ansiedad, bajo estado de ánimo o apatía.
Terapia presencial y online.
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Esto lo hago algunas veces, es un rollo estar dando vueltas a algo que pasó