En un mundo cada vez más globalizado, compararnos con otras personas forma parte de nuestro día a día. Se trata de una conducta muy habitual y que hacemos de forma prácticamente inconsciente. Sin embargo, si nos dejamos llevar por ella sin analizar sus causas y sin ponerle ningún freno, puede generarnos altos niveles de malestar emocional.
¿En qué consiste compararse?
Compararse implica tomar alguna característica personal, ya sea física o de cualquier otra índole, y analizarla tomando como referencia esta misma característica en otra persona. Esta acción no tiene por qué ser algo negativo, ya que de forma objetiva, todas las personas somos diferentes entre nosotras, por lo que, sobre el papel, analizar estas diferencias no tendría por qué hacernos sentir mal.
El problema surge cuando, debido al contexto social en el que nos encontramos, dejamos de ver las características individuales de forma objetiva, y pasamos a clasificarlas en una escala de valores, en la que unos rasgos son superiores o inferiores a otros.
Haciendo esto, comenzamos a valorarnos teniendo en cuenta en qué medida nuestras características entran en esta escala, lo que hace que nos sintamos mejor o peor según la posición que ocupemos en la misma.
Aquí entran las comparaciones con otras personas, ya que también comenzamos a analizar sus atributos en función de cómo encajan en esa escala, y comparamos la posición que ocupamos nosotros en este ranking, frente a la que ocupan los demás.
Consecuencias de compararme
Llevar a cabo este proceso, puede afectar de forma negativa a nuestra autoestima y a nuestro autoconcepto, ya que si “perdemos” esa competición que creamos con la comparación, nos sentiremos insuficientes, como si no fuéramos válidos.
Pero es más, aunque pensemos que si “ganamos” la comparación ocurrirá lo contrario, y nos sentiremos mejor con nosotros mismos, esto no funciona exactamente así. Cuando salimos ganando podemos experimentar una subida inmediata del estado de ánimo, pero precisamente esta sensación favorecerá que la conducta de compararse se repita en muchas ocasiones, buscando obtener nuevamente esas emociones. Sin embargo, no siempre saldremos victoriosos de estas comparaciones, por lo que estaremos aumentando la probabilidad de volver a sentirnos mal con nosotros mismos.
Además, esta dinámica contribuye a la competitividad con el resto, a que nuestra forma de validación se produzca a través de la crítica a los demás. Esto puede afectar a nuestras relaciones sociales, generando envidia y resentimiento, y favoreciendo que nuestro entorno se distancie de nosotros.
¿Cómo dejar de compararme con los demás?
A continuación se presentan algunas pautas que pueden ayudarnos a limitar las comparaciones, siendo conscientes y aceptando la imposibilidad de dejar de hacerlo por completo:
- Tomar conciencia de las comparaciones: como comentábamos al principio, la comparación es una conducta muy normalizada que, por haberse realizado de forma muy consistente, aparece de forma automática. Por este motivo, el primer paso para ponerle freno es ser conscientes de que se está produciendo y no dejarnos llevar por su inercia.
- Poner el foco en nosotros mismos: en lugar de mirar hacia fuera para identificar lo que nos gusta o no de nosotros mismos, prestar atención a nuestro interior, haciéndonos preguntas encaminadas a descubrir si hay cosas que queremos cambiar y por qué motivo, o si hay cosas que admiramos de cómo somos.
- Vigilar nuestro uso de redes sociales: si damos un buen uso a las plataformas en las que actualmente se comparte contenido, pueden ser nuestras aliadas, pero al mismo tiempo son el escenario perfecto para generar comparaciones. No perdamos nunca de vista que lo que se muestra en redes es solo una pequeña parte de la realidad, seleccionada cuidadosamente por quien decide compartir ese contenido.
- Cambiar la comparación por admiración: probemos a salir de la competitividad, y dejemos de colocar al resto en esa escala de la que hablábamos al principio. Podemos aprender a valorar al resto y sus cualidades, sin que eso signifique que las nuestras sean peores, simplemente admirando a las personas que nos rodean. Haciendo esto no solo podremos lograr sentirnos mejor con nuestros atributos personales, sino que haremos que los demás también se sientan bien, lo que puede afectar positivamente a nuestras relaciones.
- Ajustar nuestras expectativas y trabajar nuestra autoexigencia: probablemente esto sea lo más complejo, pero es importante que caminemos hacia la autoaceptación, entendiendo que puede no gustarnos todo de nosotros mismos, y eso no hace que no seamos válidos. Aunque podemos trabajar para cambiar aquello con lo que no estamos conformes, es importante rendirnos ante la búsqueda de la perfección, ya que será una batalla perdida que solo generará que nos sintamos siempre insuficientes.
Si tras leer este artículo consideras que necesitas apoyo externo para trabajar en la autoaceptación y sentirte mejor contigo mismo, no lo dudes y solicita atención psicológica. Puede ser el primer paso en tu proceso de cambio.